Era 2 de enero. Aún me estaba comiendo esas hallacas y ese pan de jamón cuando me dijeron que tenían que operarme. Unos quistes eran la razón. Yo no tenía ni idea de cómo sería el proceso. Cuando era chica, solo me operaron dos veces de la boca: una porque tenía dientes demás y la otra porque necesitaban encontrar un diente perdido. (Tiburoncín hu ha ha)
El 10 de enero me operaron, no me fue tan bien a decir verdad. La recuperación fue lenta y dolorosa. Y cuatro cicatrices invadieron mi espacio -y lo invaden- hasta el sol de hoy. Me costó acostumbrarme visualmente a ellas. Me miraba cada 30 minutos al espejo y decía ¿y eso va a estar siempre ahí?
Los quistes fueron lo primero que perdí ese año. Perdí unos quistes, gané 4 cicatrices.
Dicen en mi tierra que cuando haces algo muy determinante en los primeros días del año, eso puede repercutir en lo que hagas en el resto del año. Y así fue.
A mediados de junio, me dieron unos dolores que me dificultaban caminar. Tuvimos que salir a urgencias a que me examinaran. Era la vesícula. Necesitaba una dieta especial para operarme y el primer día de julio, estaba entrando nuevamente a quirófano.
Esta vez, me sentía confiada, llegué hablando de política, de mis alergias, llegué sentada, revisé el quirófano, hablé con mi anestesiólogo y como estábamos en pleno mundial, apenas desperté, lo que quería saber era el resultado del partido. La recuperación fue estupenda, gracias al doctor que me hizo sentir como una rockstar.
Lo segundo que perdí fue la vesícula y 10 kilos –aunque ya gané unos cuantos jaja-. Gané 4 cicatrices más.
La vida es eso que elegimos ver. Es el vaso medio lleno, no el medio vacío, es lo que tengo, no lo que me falta.
Y yo elijo hablar desde el ganar, porque siempre ganas. Think about it.
(Recuerdo de esa primera operación, hace 6 años atrás)